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Diversidad.

Érase una niña de ocho años que no podía estar callada en el colegio. Y eso le costaba reprimendas por parte de los profesores y miradas burlonas de muchas compañeras. Además, a aquella niña, no solo le gustaba hablar, ¡también le encantaba escuchar a las otras chicas y sonreía continuamente! «¡No te rías tanto que pareces tonta!», le decían algunas personas de vez en cuando. Pero ella no podía evitarlo. Le salía de lo más profundo de su alma. Asimismo, se había percatado de que, cuando ella se reía, ¡las demás muchachas también lo hacían!

Ríe, y el mundo reirá contigo. Llora y llorarás solo, dijo el enorme Charlie Chaplin a mediados del pasado siglo.

En casa.

En su casa ella era una niña feliz. Aunque las cosas se torcían cada vez que sus padres recibían alguna notificación del colegio en la que la amonestaban porque «habla demasiado». Y eso se traducía en regañinas y castigos. Parecía que al mundo le molestaba que a ella le gustase conversar.

Y la niña creció.

Con el paso de los años, aprendió a callarse. Después de todo, había pasado la mayor parte de su vida acusada de ser «demasiado habladora». Pero un día todo cambió.

Descubrió que, en este mundo, hay personas que necesitan hablar, ser escuchadas. Que hay personas que acaban encerradas en su soledad. Que existen seres humanos que viven en un perpetuo silencio porque nadie les escucha. Y entonces vio la luz; decidió ser psicóloga.

Diversidad.

Cada persona posee habilidades únicas. Los tiempos en los que todos teníamos que valer para todo, forman parte del pasado. Hay que aprender a reconocer tus propias habilidades. La mayor parte de las personas se enfocan tanto tiempo en sus defectos que acaban olvidando que, lo realmente útil, es potenciar sus virtudes. Hace unas cuántas décadas lo dejó plasmado perfectamente uno de los mayores genios del siglo XX, Albert Einstein: “Todos somos genios, pero si juzgas a un pez por su capacidad para escalar árboles, vivirá toda su vida pensando que es un inútil.”


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HM: el hombre sin memoria.

Henry Gustav Molaison, más conocido como H.M (26 de febrero de 1926, Hartford, Connecticut – 2 de diciembre de 2008, Windsor Locks, Connecticut) fue una persona con un trastorno amnésico muy sorprendente y detenidamente estudiado. Su caso fue un gran avance para la ciencia: para los procesos cognitivos del ser humano en concreto: la memoria y para la neuropsicología.

Neurocirugía para tratar la epilepsia.

El neurocirujano William Beecher Scoville decidió resecar ambos lóbulos temporales mediales. De ese modo, el médico eliminó el hipocampo, el giro hipocampal, el uncus y la amígdala. La compleja intervención quirúrgica se llevó a cabo el 1 de septiembre de 1953 y fue todo un éxito y Henry no sufrió convulsiones nunca más.

Amnesia anterógrada severa.

Año y medio más tarde, Henry acudió a una revisión médica. En dicho acto médico, el doctor Karl Pribram sometió al paciente a un examen psicológico sin hallar nada fuera de lo rutinario. Estando examinando a Henry, el doctor Pribram tuvo que acudir a una urgencia. Regresó a la consulta unos minutos más tarde pero, para su sorpresa, Henry no lo reconoció.

Desde ese momento, ya nunca pudo volver a reconocer a nadie. Henry jamás fue capaz de recordar rostros, nombres, lugares ni hechos. Cuando murieron sus padres, Henry se enteró, naturalmente, pero lo olvidó al instante. No se reconocía a sí mismo en una fotografía más allá de 1953, año de la intervención  quirúrgica.

Henry desarrolló una amnesia anterógrada severa a los 27 años de edad. Como digo, fue incapaz de evocar su memoria a largo plazo, pero sí de hacerlo a corto plazo y de emplear su memoria procedimental.

Esto supuso el conocimiento de la existencia de diversos tipos de memoria.


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